jueves, 15 de junio de 2017

Martes, o miércoles.


Arrojé el cuchillo con desprecio. La sangre brotaba por debajo de la superficie y el cuerpo de mi violador se camuflaba con la alfombra roja. Jamás podré borrar esa imagen de mí. Un rostro dividido en capas de placer, repugnancia y sorpresa. No era lo que había pensado para mi futuro. Desde mis años más prematuros, mis primeros recuerdos, mis pensamientos más remotos, y hasta iniciales, en todos, siempre predominaban mis ansias de convertirme en una enorme abogada. Me críe leyendo “Para matar a un Ruiseñor” de Harper Lee, enamorada de su conclusión final. A los seis años, pude ver por primera vez en un canal de cable la película más perfecta de la historia, “Doce Hombres en Pugna” de Sidney Lumet, un señor que jamás volvió a hacer algo parecido a pesar de que seguí toda su carrera como si él la hubiese escrito. Amé también la remake (o reversión de la obra) que hizo William Friedkin. Volver a encontrarme con los personajes me resultaba terapéutico. Como una secuela de la misma historia. Mi padre no estaba del todo contento con mi decisión. Él soñaba con que su hija fuera “una estupenda cantante de música Jazz”, como él lo fue durante treinta años. Reinaldo Salas. Mucho de su éxito se debió a que su nombre sonaba, para algunos, mexicano y para otros, cubano. Se llevaban una pronta decepción al encontrarse en el escenario a un porteño típico, de barba descuidada, vestido con una camisa verde de algodón que no pertenecía al ambiente del Jazz. En realidad, si me pongo estricta, esa camisa no pertenecía a ningún ambiente. Lograban adorarlo al oírlo entonar enormes clásicos de los que jamás podré recordar sus nombres. Era el número uno en inventarle letra a canciones que sólo eran melodía. Lo que olvidaba mí querido padre es que no nací con similares dotes, y resultaba irónico que en nuestra familia los deseos sean inversos a lo que sucede en cualquier familia conservadora donde el padre quiere que su hija sea abogada y ésta termina metiéndose en el medio menos económico.
¿Qué hacía yo ahí? ¿Por qué no había obtenido su victoria mi parte más lógica? ¿Por qué la moralidad voló hacia un precipicio? ¿Por qué mis promesas de un mundo justo estaban siendo corrompidas con un homicidio? ¿Por qué tenía las manos llenas de sangre si debía tenerlas llenas de papeles? ¿Por qué en lugar de una lapicera Parker negra para estampar alguna firma, estaba sosteniendo un Cuchillo Chef G2 de 20 cm embadurnado en un tejido conectivo líquido y colorado? ¿Por qué no estaba desmayada, como en cuarto año de la secundaría cuando diseccionamos una rana y no soporté el olor, desvaneciéndose al segundo?
Me limpié las manos en el baño, donde no funcionaba la luz. Me da la oportunidad de no poderme ver al espejo con claridad. Cepillé mis dientes, pensando que apestaba. Me sentía sucia. El olor no provenía de mi boca sino del cadáver. Ingerí un calmante. Me comían los nervios. Me desbordaba. Por momentos me acomodaba los ojos. Sentía que se habían desprendido de la esclerótica. Que vuelvan a sus capsulas. Que todo sea como antes. Que pueda volver a vivir con Alejandro y David en paz. Estaba pidiendo demasiado. De un asesinato no se vuelve con tanta facilidad. Había planeado mi venganza, pero no mis actos posteriores. No era normal que siguiera estando tanto tiempo en un mismo espacio con la persona que había asesinado. Antes de escaparme, decidí entrar a la cocina a esconder el cuchillo. Llegué a la conclusión que debía llevármelo. Nunca supe por qué pensé que podía limpiarlo y dejarlo en un cajón. Noté que el horno estaba prendido. Llené la sartén de aceite y le arrojé dos vasos de agua mineral. Cuando empecé a ver fuego, dudé entre quedarme y terminar súbitamente mi vida o escaparme a un futuro que podía ser peor que mi pasado reciente. Hui. El asunto aceite-agua fue decididamente la mejor idea que pude tener en aquel momento: Hacerlo parecer un incendio, borrar mis pocas huellas digitales y tener la esperanza de que el cuerpo termine carbonizado y no exista ninguna investigación.


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-          .Amor, ¿por qué no llevas a David al colegio vos? – espetó Alejandro, con desgano.
-          No me digas “Amor”, y te dije que no hay chances. Te toca a vos.

Ascendimos al subte.

-          Que estemos separados no quiere decir que tengamos que repartirnos al chico a la fuerza.
-          Pero si vos sos el que no quiere cumplir con David.
-       Quiero, pero no puedo. O se me complica. Te pido este favor. Tengo que llegar temprano a la oficina.
-         Dios, después te preguntás por qué estamos separados.
-         Y me lo sigo preguntando. ¿No vas a poner esto de ejemplo, no? Estas son pavadas.
-         ¿Pavada es llevar a tu hijo a la escuela?
-       Está bien, si te pones así… dejá. Le digo a otra persona que lo retire… – mientras se alejó de mí, incursionando en otros vagones.

No lo perseguí. Sabía que era otra de sus histeriqueadas, cada vez más típicas desde la separación. Sus maniobras solían ser extrañas, siniestras. Este no parecía ser el caso, pero se olían esas ganas de “solucionar problemas conmigo” como había hecho durante los diez años de relación.
A Alejandro lo conocí mientras estudiaba en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aíres. Él no tenía demasiada idea de leyes. Sólo estaba estudiando por mandato de padres. Al cabo de unos meses, dejó y no lo volví a ver hasta un Martes 15 de Abril, en una fiesta organizada por Raúl, un profesor de Historia Argentina que ambos habíamos tenido, y que por ende, ambos conocíamos. Recuerdo que me alegró verlo en ese rejunte de seres ignotos. Era la única persona, además de Raúl, que conocía de esos más de 500 proto-humanos que habían sido invitados. En el transcurso de la charla, lo empecé a ver atractivo. Minutos después, me di cuenta que estaba frente al hombre con el que había soñado durante tanto tiempo. El príncipe azul tenía nombre y era Alejandro Srur. 27 años. De pelo negro, perfecto cutis, simpático pero con la oscuridad justa para que una se haga preguntas sobre ciertas cuestiones. El misterio necesario para que un hombre te seduzca. Nacido en Colegiales, vivía en Microcentro. Trabajo estable en Banco Ciudad. Su pasión por la música pop internacional le aportaba una cuota de sensibilidad. Padres vivos, casados, felices, intolerantes pero ricos. Packaging.
Aquella noche, algo bebidos, nos desafiamos coger en tres casas distintas en esa misma madrugada. Primero lo hicimos en el baño de la casa de Raúl, admirando La Mort de Marat de Jacques-Louis David, cuadro que dormía mojado a metros de la ducha. Luego, pasamos a hacerlo en el comedor de su amplio loft sobre la calle Lavalle. Finalizamos en mi mugroso departamento en Villa Pueyrredón mientras nos chocábamos con cajas de zapatos antiguas y atuendos sucios. Por la mañana, prometimos no volver a hablarnos. Ambos estábamos en pareja. Nos justificamos desde el alcohol y seguimos con nuestras vidas hasta la noche de ese mismo día: Dejamos al unísono a nuestras parejas y volvimos a vernos. Sentimos una liberación irracional y nos prometimos hacer lo posible para que todo funcione. Debo decir que su apuesta fue superior a la mía. En mi caso, estaba saliendo con un pintor menor de edad a quien sólo había visto unas cinco veces. Ninguno de los dos queríamos algo serio. El joven lo tomó con tranquilidad. Ivana, en cambio, había estado en pareja con Alejandro durante tres años y estaban programando viajes al exterior. A Alejandro no le tembló el pulso. Al enterarme de esta situación, supe que estaba enamorado de mí. Sólo el amor puede justificar semejante acción. No me lo quiso reconocer hasta un mes luego, cuando debió pedirme disculpas por haberme gritado en una convención de animé a la que insólitamente me había llevado. Ivana se animó a perseguirlo y perseguirme. Siempre la ignoré. Dejó de hacerlo cuando nos notó el uno para el otro.
Los primeros dos años de pareja fueron hermosos. Luego tuvimos una pequeña crisis. Desconocíamos adónde iba la relación. Nos aterraba tener que descubrirlo. Ya estaba viviendo en su loft, pero sentía que algo no estaba bien. Necesitaba mi espacio. Alejandro no lo comprendió y empezaron sus caprichos exagerados. Me seguía al trabajo. Me insistía. Me quería. No soportaba la idea de estar solo. No soportaba la idea de que esté sola. Tras un mes de separación, conocí a Rafael, un joven nerd que me salvó de un accidente. Parecía encantador, pero no lo era. Luego de salidas varias, me gritó, me insultó y me demostró que había pocos hombres que no fueran desagradables. Volví con Alejandro. Tuvimos a David. Ascendió a gerente. Empecé a escribir en una revista. Nos mudamos a Pilar, pero estábamos lejos de todo. Decidimos volver a Capital, más precisamente a Recoleta. David llegó a primer grado. Discutimos. Nos separamos provisoriamente. Nuevamente necesitaba un tiempo. Nuevamente me discutía sobre qué era lo mejor, qué era lo peor. ¿Eran sus tratos los ideales? ¿Debía exponerme a sus quejas constantes? ¿A su malhumor pedante? ¿Me prestaba atención? ¿Me estaba volviendo un accesorio de él? Seguíamos cogiendo bien, pero ya no había pasión. No podía pretender que todo fuera como el primer día, pero sus actitudes me resultaban desagradables. Odiaba su tono de voz. Sus puestas en escena. Sus gustos. Sus atajos. Su pelo. Su cara. Su risa. Sus ojos. Sus manos. Sus excusas. Sus salidas. Sus lugares de confianza. Sus amigos. Sus padres. Sus frases típicas. Sus comidas. Sus posturas físicas. Sus gestos. Sus argumentos. Lo odiaba.


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-          Qué loco verte acá.
-          Sí…. Me alegra mucho porque no conocía a nadie.
-      No sé, es raro. Raúl siempre fue reservado. ¿Cómo metió tanta gente en un lugar para una simple fiesta?
-         Lo mismo me preguntaba. Pero es gente muy aburrida.
-         Todos somos aburridos hasta que se demuestre lo contrario. – sobró.
-         Le pone onda igual. Es raro.
-         ¿Cómo siguió tu vida?
-         Sigo estudiando, ¿vos? – lo miré interesado.
-         Sigo trabajando.
-         ¿En el banco?
-         Estoy cómodo.
-         No me parece mal, eh. No te crítico. Sólo preguntaba.
-         No, ya sé, nunca me criticarías. – coqueteó.
-         No sé si nunca.
-         ¿Qué tenés para criticarme?
-         Muchas cosas. – le sonreí sin poder mantener la seriedad.
-         ¿Qué cosa?
-         Hoy no se me ocurre nada. Me gusta todo de vos.
-         ¿Qué? – sorprendido.
-        Perdón, me acabo de dar cuenta que me pareces muy lindo y nunca te lo había dicho. Y te lo tenía que decir. Te veo, te huelo. Sos perfecto.


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No le gustó nada que después de diez años de pareja, tomara la decisión de alejarme. Pasé unos días en la casa de mi hermana. Priscila me hospedó sin querer. Me invitó a irme a los pocos días. Jamás tuvimos una relación de confianza. Terminé alquilando un departamento en San Nicolás. Nos separamos los días con David, pero él rara vez cumplía con los días. No lo tenía cuando debía tenerlo. Quería tenerlo cuando no lo tenía. Eso hacía que me alejara más de él, y por ende, sintiera menos afinidad.


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-         No soy perfecto. Cuando me conozcas, te vas a dar cuenta.


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Apreté el cuchillo y me cortó la palma. Amagué a arrojarlo a la basura pero me lo llevé a casa. Esperé a ver las noticias sin encontrarme novedades. Apenas una página web de policiales levantaba una noticia de un aparente incendio por la zona de Coughlan. “Más información luego”. Actualicé la página una y otra vez, pero jamás ampliaron la nota.
Antes de irme a dormir, me duché. Llorando. ¿Qué había hecho? Golpeé mi frente contra la pared sin el menor de los cuidados. Estuve a punto de vendarme, pero sentí un deja vu. Debía alejarme de las vendas. Irme a dormir fue un decir. Pasé la noche vomitando. Queriendo gritar. Queriendo decirle a alguien lo que había hecho. Pensé en Matías, un amigo del trabajo con quien tengo confianza. Pensé en mi hermana, pero lo descarté rápidamente. Pensé en Agustina, una ex vecina que conocía desde el 2009. A mi padre no podía recurrir. Ya estaba muerto.


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No me llevé a David aquel día y fue lo peor que pude hacer. Ignoré el momento. Intenté volver a ser libre. No levanté el teléfono. No pregunté. No cuestioné. Hice mi día regular. Subte. Trabajo. Subte. Casa. Por la noche, al salir a arrojar la basura, un hombre de aproximadamente 40 años me empujó a una camioneta. Trabó rápidamente la puerta y dentro me ató y vendó, a pesar de que llegué a verle el rostro. Adentro de la camioneta sólo estaba este hombre, quien manejó durante horas y me llevó a una casa inhabitada en Ciudadela. Me quitó las vendas. Su rostro estaba tapado. Me desnudó y violó incesantemente durante tres días. Una y otra vez. Violación tras violación tras violación tras comida tras bebida tras vómito tras sangre tras violación tras violación tras bebida tras vómito tras violación tras sangre tras comida tras vómito tras violación tras vómito tras violación tras violación tras violación tras bebida. No me dejó hablar, no me dejó llamar, y me arrojó a las vías, desnuda. Corrí sin fuerzas. Caminé corriendo. Las lágrimas me bajaban por el cuerpo hasta llegar a mi vagina y hacérmela arder. Mientras, los bocinazos y los hombres riéndose desde sus camiones, invitándome a subir, convertían la situación en algo inimaginablemente peor. Una mujer grande, que podría haber sido un familiar lejano o una señal de Dios, frenó con su Renault. Me subió y llevó al hospital más próximo. Ese mismo martes llamé a mi padre.

-        Pa…
-         ¿Qué pasa, m`hija?
-        Nada… No pasa nada.

Esa fue la última vez que hablé con él. Nunca supo que me sucedió. Una semana después, murió luego de confundirse café de granos con veneno para ratas. Se realizó un gran funeral y un aún más enorme homenaje al que nunca pude asistir por haber estado internada. Mientras otros lloraban por mi padre, yo lloraba por mí. Mientras otros recordaban sus éxitos, yo intentaba recordar los míos. Una gran celebración por un lado, como si siguiera vivo. Una gran tragedia por otro lado, como si estuviera muerta.
Llamé a Alejandro. Él sí estuvo ahí para mí. Vino de inmediato. Me dio cariño. Me tranquilizó. Me prestó su hombro. Me volvió a demostrar esa atención que pensé que había perdido, y volví a sentir su amor. Volví a amarlo y volví a odiarme. Pero mi vida había cambiado a partir de aquellos actos. A pesar de haber vuelto a ponerme en pareja con Alejandro y reestablecer nuestro vínculo con David, no podía cubrir el asco que me producía diariamente haber sido tantas veces penetrada en contra de mi voluntad. Durante casi un año no pude volver a tener relaciones sexuales. Me costó volver a querer tenerlas.

-        No podrás tener más hijos.

Nunca pensé en tener dos, pero cuando el médico me afirmó no poder, sentí un vacío enorme. No sólo era un impedimento que no pedí, sino también era una situación que me condenaba a recordar ese suceso por siempre. A volver a traerlo a escena. Había dejado de ir al psicólogo porque siempre hablábamos del mismo tema, y quería olvidarlo. Pero esto me traía nuevamente a la realidad. No había forma de quitarlo. No podía dar vuelta la página. Fracasaba en todos los intentos. Veía la cara del violador en cada hombre que caminaba por la calle. Me alejaba de los desconocidos. Me sentía una loca. Era, en definitiva, una loca, y no podía entender cómo Alejandro podía seguir queriendo estar conmigo. “Te quiero así”, me dijo alguna noche, dándome a entender que estaría conmigo para siempre y por siempre. Lo abracé. Volví a hacer el amor. Sentí dolor pero no me importó porque tenía a mi lado a alguien dispuesto a cuidarme de que eso jamás me volviera a suceder.


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Miércoles 12 de Mayo. Era él. Ese rostro. Lo vi salir de un edificio. Lo perseguí. Era él. Era él. No podía ser otro. No era otro. Era él. Lo seguí. Lo vi salir de un edificio. Era él. No era otro. Ese rostro. Lo vi salir de un edificio. No podía ser otra persona. Entró a una panadería. Lo vi salir de un edificio. Era él. Lo perseguí. Miró unas vidrieras. Amagó a entrar a una tienda de alimentos. Era él. Me acerqué sigilosamente. Me detuve sigilosamente. Me alejé sigilosamente. Ese rostro. Entró a una casa. Esperé que sacara la basura. Como él a mí. Su técnica era ahora mi técnica. Entré a su casa. Lo vi duchándose. Lo vi viendo la televisión. Lo vi riéndose. Lo vi cantar. Lo vi comer. Lo vi masturbarse. Lo vi haciendo una llamada telefónica. Lo vi moverse al living a buscar una revista. Lo vi siendo apuñalado por mí. Lo vi pidiendo ayuda. Lo vi no reconociéndome. Lo vi reconociéndome. Lo vi escupirme mientras lloraba. Lo vi intentar bajarse el pantalón para mostrarme la pija nuevamente. Lo vi volver a sufrir una puñalada. Lo vi morir desangrado. Lo vi morir. Lo vi. Arrojé el cuchillo con desprecio.

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-        Tengo una idea.
-        ¿Qué idea?
-        No importa, estoy algo borracha.
-        Decime.
-        Podríamos coger en tres lugares a la vez.
-        ¿Cómo es eso?
-         Sí, hoy. Tres lugares. Una misma noche.


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Durante días no escuché nada del incendio. Pensé una y otra vez en contárselo a Alejandro, pero no estuvo demasiado en casa. David, quien siempre estaba con una sonrisa no propia de su madre, me notaba decaída, pero lamentablemente se había acostumbrado a verme de malhumor. El incendio y la muerte del violador pasaban a formar parte de mi vida y de mí pasado. Ahora debía intentar olvidar el pack completo. Se suponía que debía ser más fácil. La culpa estaba presente, pero la decisión de encerrarlo en mi bóveda estaba tomada.

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-         No podemos.
-        Sí que podemos. Acompañame al baño. Raúl no se va a dar cuenta.
-        Es una locura, Alejandro. Lo decía sin pensar. Puede entrar gente.
-      Yo sí lo digo pensando. Y parece una estupidez lo que dijiste, pero hacer eso nos puede cambiar la vida.
-       No seas tan cursi.
-       Lo digo en serio. Ahora que te me confesaste, no pienses que te voy a soltar.

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Creo que fue martes. Pudo haber sido miércoles. Son días parecidos, puedo equivocarme. Alejandro se encontraba trabajando y debía ir a buscar a David por la tarde. Divagando entre los diarios para escribir alguna reseña para la revista, me crucé con una nota que hablaba del funeral de Miguel Tiamano, un reconocido banquero que había muerto en un incendio. Frené el texto.

Tiamano. Foto.
Tiamano. Rostro.
Tiamano. Reconocido.
Tiamano. Incendio.

Repetí una y otra vez su apellido.

Tiamano…
Tiamano…
Tiamano…

Lo deletreé en mi cabeza.

Ti-
a-
ma-
no

Lo escribí sobre el diario en imprenta.

TIAMANO.

Subrayé en rojo el NO.

TIAMANO.

Seguí leyendo. El cuerpo de mi violador había quedado efectivamente carbonizado. Sí se habían encontrado elementos y fotografías horribles en su casa. Mujeres sometidas, pornografía infantil, drogas, armas, documentos truchos, tarjetas de crédito robadas y fajos de dólares de dudosa procedencia. Inmediatamente decidí llamar a Alejandro.

-        No vayas a buscar a David. Por favor, vení a casa que debo contarte algo. Es urgente.

Llegó al cabo de una hora, y jamás olvidaré su rostro de preocupación. Porque esa preocupación fue la más falsa de todas. La más cruel. No le entregué demasiado tiempo para que se explayara ni permití esos monólogos cargados de pretextos que tienen siempre el mismo final viciado de justificación y enfermedad. Una vez que soltó la verdad y que “lo hacía por amor”, lo apuñalé. Lo diseccioné cual rana. Repetí las estocadas y la cantidad de estocadas. Dejé su cuerpo sobre la cama, con un brazo arrojado al piso, y otro sosteniendo la hoja del diario. Era mi improvisada reinvención de La Mort de Marat. En la nota, una foto del funeral con Alejandro llorando junto a la familia de Tiamano. Y junto a Rafael, el joven nerd quien posaba una mano sobre su hombro, notablemente dolido por la partida de su hermano. La seguidilla de gritos, insultos, violaciones y violencia que habían pasado por mi vida, por mi cuerpo, por mi pasado, presente y futuro, sólo habían escondido un motivo: Volver con él. Con el príncipe azul. Con quién sí me trata “como se debe”. Con quien sí “es bueno conmigo”. Con quien tuvo la frialdad de arruinarme la vida simplemente para que volviera a sus brazos como una especie de salvador terrenal.
A la hora, sonó el timbre. Era David. Abrí la puerta. Nos miramos. Lo noté apesadumbrado, como nunca antes lo había visto. Cansado, sin humor, arrojó la mochila lejos. Ya en la cocina, le serví un vaso de jugo de uva con galletitas de vainilla pero no quiso comer.

-        Papá otra vez no me fue a buscar.



Y nunca más lo hará.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Curb your Enthusiasm: Cumpliendo con las reglas de la sitcom.


1) ¿Cómo hace cuando quiere invitar a alguien que le gusta?


2) ¿Qué hace cuando alguien se cuela en la fila?


3) ¿Qué hace cuando rompe algo que no es suyo?


4) ¿Cómo reacciona cuando le habla un desconocido en el ascensor?


sábado, 21 de diciembre de 2013

La cuadra de las mujeres bellas




Él se desplegó por sobre la cuadra donde creía más conveniente conforme al sitio donde se dirigía; pero allí, mientras las intenciones que se proyectaban en su mente permanecían relacionadas estrictamente con el ámbito laboral, como si sólo pudiera pensar en su trabajo las veinticuatro horas del día, se vislumbraba que enfrente suyo una voluptuosa mujer de cabellos rubios y gafas negras se acercaba hacia él con pasos sigilosos disfrutando su capacidad de erotizar hasta una planta. Cuando él levantó la mirada, y mientras continuaba pensando en las acciones que iría a hacer al llegar a su empleo y que luego no haría pensando que, con sólo pensarla en el camino, ya se hicieron, logró verla en un destello implacable. Ya se encontraba a su altura y la había pasado por alto en más de la mitad del recorrido. Cuando ella pasó por su costado, su camisa pareció temblar, y sus pensamientos inmediatos se centraban ahora en una supuesta posibilidad que desperdició por haberse sumergido en un estado de trance estúpido en el que parece olvidarse que es una persona. Más allá de ser “sólo otra mujer linda que camina por la calle”, él no sentía que fuera “sólo otra mujer linda que camina por la calle”. Algo debía tener para haberlo dejado descorazonado en tan sólo unos segundos, pero decidió no perseguirle y permanecer siendo fiel a la cúpula de cobardes.

Se permitió sacar un chicle del bolsillo entre tanto tiempo agitado y consumido, aunque mascó más bronca que sabor. Pasos delante de él, una joven morocha exuberante se distraía con el celular. Poseía un vestido floreado que apenas no llegaba a dominarle las rodillas, y si bien no era la piel de los brazos y los tobillos aquella que más excita a los hombres, su rostro era lo más lindo que había visto en su vida luego de la Hewlett Packard con la que se cansa de imprimir día tras día documentos ilegibles. La nariz, diminuta y con una resbalosa punta, superaba la perfección. Aquí no había gafas de por medio. Dos ojos verdes claros que hipnotizaban cuando levantaba la cabeza para observar de izquierda a derecha como si estuviera paranoica y no quisiera que nadie vea qué es lo que dialoga por su whatsapp. No tenía defectos. No existían, ni en su zona facial ni en el resto de aquello que le estaba permitido ver, granos, hinchazones, arrugas, moretones, boqueras, sarpullidos, ni ninguno de esos elementos con que los hombres superficiales suelen atenerse con el fin de no reconocer la belleza que se encuentra delante. Él comenzó a acercarse sin descuido, caminando recto hacia ella, rezando un oops que nunca llegaría. La joven atractiva frenaría en su espacio, guardaría el celular y se sentaría en un banco de piedra ubicado a unos metros hacia la derecha del hombre. Ya no podía volver. Frenar, simular un retroceso y sentarse al lado de ella hubiese sido apostar al caballo rengo.

No tenía segundos para lamentarse. Estaba con apuros y debía llegar puntual. Quién sabe qué sucedería si no lo logra cumplir por primera vez en sus dos años de trabajo. Desde la lejanía, otra mujer parecía aproximarse. También morocha, pero ya más madura, vestía una remera desaliñada que dictaba la frase “Say what you want, what you really really want” y el pelo suelto, como aquellas mujeres que rondan los treinta pasados y cuarenta cercanos y se rehúsan a abandonar sus tiempos de juventud. En este caso, bien parecía emular a Joan Jett, pero una Joan Jett más pulcra y menos vulgar, más cuidada y menos violenta. Si bien existe el maquillaje imperceptible, su rostro también lucía como una colegiala, y los jeans, apenas ajustados y oscuros, acrecentaban las esperanzas regeneradas de un imperioso fotocopiador. La estudió en silencio, como los vampiros enfocan sus ojos en la presa antes que sus colmillos. Esta vez estaba decidido a animarse a cachetear su pasado frustrado e imponer su hombría, esa hombría que, a su pesar, no había heredado de su padre. Cuando ella se agachó a recoger algo que jamás pudo ver bien qué era, , notó que detrás se acercaban una cantidad alocada de mujeres despampanantes. Robots de la belleza, pinturas con forma humana, muñecas vivas, adoradoras de la excelencia, practicantes del culto a la perfección. Cerró los ojos y evitó verlas durante unos minutos, temiendo que fueran hidras y terminara él convirtiéndose en otro banco de piedra. Recordó entre tanta vorágine visual, casi como para excusarse de su nueva y probable cobardía, que había tomado el camino incorrecto. En aquella cuadra no se encontraba su trabajo, sino en la de enfrente. Observó el reloj con desidia y cruzó la avenida por la mitad de la cuadra. 
Ya alojado en la cuadra correcta, enfrente de él se concentraban una serie de mujeres con destinos diferentes pero el panorama no se acercaba ni a centímetros del reciente. Estábamos hablando ahora de señoras de edad, de mujeres con orejas más grandes que otras, con tatuajes horribles en el cuello, con pestañas desfasadas, maquillajes pobres, kilos de más, tacos desopilantes y bocas imperfectas. Horrorizado con ese espectáculo de fenómenos, intentó cruzar nuevamente con la fortuna negativa de que los autos no cesaban de pasar. No importaban las luces de los semáforos, los vehículos no se detenían, no regalándole ni un metro para que pueda animarse a volver a la cuadra que había tomado por error. Debía quedarse en aquella cuadra en la que ahora estaba. ¿Pero cómo…? ¿Con esas mujeres horribles?, ...pero ¿Eran realmente horribles, deformes, tan desagradables y viscosas, o eran acaso normales y su vara había quedado demasiado alta?, filosofó. Y fue así que comprendió que la cuadra donde se encontraba ahora le correspondía a él. Entre los feos o los normales, pero no entre los perfectos y utópicos.

Cuando llegó al trabajo, su jefe le preguntó alarmado a qué se debía este retraso inusual de quince minutos. Traspirando, y algo consternado, justificó “Es que encaré por la cuadra de enfrente, señor, por la cuadra de las mujeres bellas”. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mejor no.





Sentirse mejor que el otro puede ser perjudicial para el mundo. Creerte mejor. Como si existiera algo que se tiene y que te hace superior al otro. Esto conlleva una serie de pensamientos que lejos están de promover la unión. Porque creerse inteligente pero no tener el don de argumentar fuertemente para revalidar una teoría que se ubica cerca del nacionalsocialismo es contradictorio. A su vez, deberíamos contemplar que resulta razonable que no se pueda defender lo indefendible. Podría ensayarles, con el bien de ser claro, algunas respuestas cliché y que parecen salir sin previo ni profundo análisis, careciendo de legitimidad. "

"Soy mejor porque trabajo". Esto, como dicta el slogan y traducido al por mayor, querría decir que todos aquellos que trabajan se pueden considerar mejores que aquellos que no. Ahora, ¿Qué sucede cuando lamentablemente este hombre es despedido y alguien que no le cae bien se encuentra con trabajo? ¿Tendría la "nobleza" de reconocer que ese tipo es mejor que él sólo por estar trabajando? ¿Y qué sucede con aquellos que estudian y no trabajan? ¿Aquel cajero de Mc Donalds vendría a ser "mejor" que el estudiante de Ciencias Políticas en la UBA? Pero ¿Qué es lo que sucede lego? Que otra frase célebre, que suele acompañar esta, es "Soy mejor porque tengo cabeza" haciendo hincapié en la supuesta capacidad intelectual. Entonces, mediante esa teoría, aquel desempleado que estudia Ciencias Políticas es ahora mejor que el laburante de Mc Donalds. Y se te cayó la torre. Lo cierto es que no, no es mejor ni peor. Es. Y resulta casi hasta infantil tener que aclarar o justificar semejante tontera.

"Soy mejor porque yo puedo y ellos no". Aquí es donde se presta una confusión de tamaña manera. Hacer algo mejor que el otro no te convierte en alguien mejor que otro, sólo estás siendo una persona que hace algo mejor que el otro. Tan simple como eso. Por supuesto, y deberíamos tener bien en cuenta, que el "Hacer mejor" es completamente subjetivo, y a su vez, que la persona (o personas) con quienes te estás comparando seguramente hagan otras cosas con mayor soltura que vos. ¿Entonces pasarían a ser mejores?
Pero esto no finaliza en cuestiones laborales o económicas, sino que se traslada al campo que más sentimos que nos representa: La cultura, tomando a la música como máximo exponente. Hay una constante que deviene en quejarse, y hasta reírse, de la persona que desconoce algo que nosotros sí (y que según uno, deberían saber para poder escucharlo/ir al recital/ir al evento, etc), como una suerte de competencia no escrita en la que siempre el que cuestiona y supuestamente sabe es quien queda bien parado. Acá la necesidad que se toma como parche es falsa: No ha de interesarle que la persona sepa. No ha de interesarle, mucho menos, que la persona se ponga al tanto de todo. Tampoco ha de interesarle que todos los que vayan a un recital sepan tanto como él. Porque esto lo quitaría del pedestal. Entonces, en lugar de corregir al equivocado y ayudarlo a que entienda los códigos del ambiente, se elige denigrarlo para seguir siendo aquel que sabe más que el otro, para seguir siendo aquel que "es mejor" que el otro.

Para no perder el tiempo desmitificando lemas ya desmitificados, me concentraré en, quizás, el comentario más nocivo y particular del hipotético hombre dios, que termina en quitarle el derecho a todos los que no coinciden con nosotros, siendo aún más extremista. Y que desde las leguas propone "eliminar de la tierra al ser inferior a mí". Este "pensamiento" (lo pongo entre comillas porque considero, con toda sinceridad, que esto no es pensar. Pensar, en estos términos, implica la intención de solucionar un problema, e ir hacia la destrucción está lejos de ser una solución loable, ya que no es más que un impulso simplón que tiene como interés principal aplicar un ley tan inexistente como desigual que no se pediría tener si uno estuviese involucrado, es decir que, sólo se pide porque uno está seguro que no será damnificado) pone en jaque la mayoría, por no decir todos, los dichos anteriores, y poco hace falta que deba aclararlo. Los privilegios en los que uno siempre resulta bien parado no son equitativos y representan un estilo burgués de grupo selectivo, cerrado, que terminan dando a entender que sólo importa él. Porque él es mejor. Y que todas las leyes, antes de ser puestas en movimiento, deban ser cuestionadas por él, una supuesta palabra de autoridad que está dispuesto a perder tiempo hablando de males que no son tales y alejándose de hacer el bien, creando un mundo personal que excede la lógica. Porque la autocrítica queda fuera de campo. Y sólo le importa el culo propio, como si él jamás defecara. 
No somos mejor que nadie, no somos peor que nadie. Somos presos y responsables de nuestros actos. Y así como se celebran los éxitos, no habrá nada peor que convivir una vida llena de culpas y remordimientos, y darse cuenta a cierta edad que la casa en la que nos criamos estaba encerrada en una gigantesca burbuja que lamentablemente sólo explota cuando algún hecho que desequilibre la balanza termine sucediendo.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Un estado amenazante.


Para vos, gil, que te llenas la boca hablando de mí cuando yo no hablo nunca de vos. Jamás hablo de vos. Jamás te dedico estados, como por ejemplo este. Lo que tengas para decir me chupa un huevo, no le doy importancia, por eso escribo este estado. Porque no me importa lo que decís. Lalalala. No te escucho. Y tengo huevos para decírtelo por acá y no por mensaje privado. Y tengo tantos huevos, tantos, que no me animo a poner tu nombre y escracharte. Porque eso sería demasiado. Pobrecito. Sino alto escrache te comías, gil. Zafaste porque soy muy cagón nada más.

Mejor que no te cruce por la calle porque si te veo, si te llego a ver, cruzo la calle, te puteó de lejos y me voy corriendo. Así que cuidate.
Si seguís hablando mal de mí, fuiste. Sí, te estoy amenazando, pero no de muerte porque sino voy preso. Te estoy amenazando porque queda bien que lo haga, me hace parecer más hombre aunque le tenga miedo a los escarabajos, y en una de esas me gano un puñado de likes. Podría contar todos tus secretos. Todos. Pero no me sé uno. Si en una de esas escucho uno por ahí, agarrate eh. Ah, y si me bloqueas mejor. Me ahorrás el paso de no tener que leerte, aunque me gustaría saber lo que tenés para decrime después de leer este estado así que probablemente crearía un facebook trucho, te mandaría una solicitud de amistad, esperaría que me la aceptes y leería tu estado porque, como decía en la primaria, "lo importante no es que hablen mal o bien de uno, lo importante es que hablen de uno". Era una forma de consolarme y sentirme importante cuando se esparció el rumor de que me vieron haciéndole el amor al pizarrón con lapiz labial encima.

Eso si. Más te vale no aparecerte por mi casa porque eso sería terrible. Seguramente me encontrarías masturbándome y no estaría bueno. Tengo una suerte de adicción con eso. No lo puedo parar. Al asunto, me refiero, no a eso. Eso sí lo puedo parar, justamente por eso lo hago todo el día. Fui al médico y me recomendó que me cortara las manos. El manco me dijo que a él le había resultado.

Ya sé, te morís de envidia. Te doy envidia. Es obvio. Pero tranquilo, algún día vas a lograr ser como yo. Sólo tenés que abandonar todo lo que tenés y pajearte un poco más. Y ahí, recién ahí, voy a volver a darte la mano. Si es que aún la tengo.

BUENO. CHAU. NO ME IMPORTAS. A VER SI LO ENTENDES. LALALALA. NO TE ESCUCHO. SALTA LA LANA, PATA DE RANA. CHIKIPINPINPAM CHIKICHIKIPAM CHIKIPINPINPAM PANAM. TE DESEARÍA LA MUERTE PERO SENTIRÍA MUCHA CULPA ASÍ QUE OJALÁ TENGAS UNA LARGA VIDA ASÍ PUEDO SEGUIR DEPOSITANDO MI ODIO EN VOS. ADIOS.
Principio del formulario

sábado, 21 de septiembre de 2013

Test de personalidad.




A veces se está a pasos de lograr lo que uno quiere, pero no lo sabemos. De más está decir que se debe a que no se sabe lo que uno busca. Ese sentimiento de "Vinimos al mundo por algo" que tenemos todos. O no. Algunos no lo tienen, y simplemente ven correr sus días sin demasiadas modificaciones, siempre esperando que del cielo caigan centenares de billetes verdes porque la plata hace a la felicidad. Después de tantos palmares tan personales como poco aplaudibles logramos observar, haciendo un repaso breve, que nos hubiera gustado desperdiciar nuestras vidas de una forma más jugosa. ¿Pero qué sucede cuándo no se tiene personalidad? ¿Se puede no tener personalidad? Y si se tiene... ¿Cómo se sabe si es la correcta? ¿Cómo se sabe si esta personalidad que adoptamos e intentamos respetar porque creemos que representa nuestra manera de ser, no está en realidad evitando que nuestras vidas sean más felices y completas? ¿Acaso no nos están limitando?

Hace unos meses observé una situación que me llamó la atención. Deambulaba una tarde por el microcentro, y a mi costado un hombre hablaba por teléfono con otro de su sexo al que le mencionaba casi incansablemente que lo extrañaba, que era su amigo, y demás cosas. Al cortar, su rostro cambió. Se mostraba acongojado y con expresiones parcas. Intuí que volver al trajín rutinario lo deprimía de sobremanera y por eso se dedicaba a imitar a un amigo que jamás querrías tener. Segundos luego, volvió a sonar el celular. Era nuevamente este supuesto amigo. No había logrado retener la conversación anterior, pero ahora, más concentrado en lo que sucedía a mi izquierda, puse en pausa la radio en mi celular y aún con los auriculares puestos me encargué de prestarle mayor atención al diálogo. Era forzoso. Un cúmulo de mentiras obvias salían de su boca. Podría reproducir algunas frases pero no tendrían fuerza porque la alevosía de sus falsedades se percibía en sus gestos. Ahora, este hipotético amigo bien podía ser el hermano de su mujer con el que intentaba congeniar para no poner en juego su relación o el primo de su jefe con quién tenía una amistad a regañadientes para no ofuscar a su patrón, pero me invitó a analizar este asunto que cotidianamente se conoce como "caretaje".

¿Qué significa la palabra "Careta", al menos en el sentido en que la usamos con regularidad? Abreviando el asunto, alguien que pretende ser alguien que no lo es. Sin embargo, esto no significaría necesariamente una falta de personalidad, sino una personalidad ambigua, que se vende al mejor postor, o que mejor dicho, nos da verguenza aceptar. El problema mayor aparece cuando la exageración entra en juego, y aquí nos podríamos correr (sí, pocos metros pero algo) de la palabra "Careta", que como dije, sigue atada a estas "cosas que pasan". Cuando hablo de exageración, hago mención a exacerbar algo que puede ser o no, pero que en ninguna forma es lo que esa persona dice que es. Teniendo este ejemplo a mano y planteando la hipótesis de que este hombre era en realidad su amigo, las palabras de cariño y la repetición de que esta persona es su amigo cada veinte palabras no hacen más que desenmascarar que lo que sucede ahí no es tal, y que sus expresiones son en realidad deseos de lo que le gustaría que sucediera, deseos de lo que le gustaría tener. Porque cuando no tenemos algo (pasión, amor, deseo, amistad) parecería que deberíamos exagerar lo que tenemos como si así pudiésemos valorarlo cuando en realidad sólo lo estamos alejando más. ¿O acaso a alguien le gustaría que una persona con la cual tenemos afinidad nos moleste con frecuencia para volver a recordarnos que es nuestro amigo mientras estamos hablando de un plan normal que no da a lugar emotividades?

Pero también sería injusto si me pondría a destacar a todos aquellos que dicen lo que piensan sin siquiera pensar. Aquellos que poseen una personalidad definida pero que están extremadamente orgullosos de la misma, como si no hubiera una mínima chance de error en sus teorías. "No soy forro, soy realista" debe ser de las frases más mencionadas en esta línea. La sinceridad siempre debe estar a flote, pero bien debería uno pensar las palabras que elige para ciertos momentos con el fin de no terminar ofendiendo a la persona que tiene enfrente, siempre y cuando los una una relación familiar, de amistad o laboral. Se puede ser sincero y respetuoso a la vez, una cosa no elimina a la otra.

¿Entonces hay que decir, de forma gentil o irrespestuosa, todo lo que pensamos? Bueno, quizás no, porque no todo lo que pensamos probablemente esté bien. Y cuando digo "bien", me refiero a que con el paso de los días quizás aquello que nos parecía "bien" luego nos parece "mal". Quizás no estamos tan convencidos de ese pensamiento. Entonces debemos contemplar bien aquello antes de mencionarlo, y una vez dicho, buscar las palabras precisas para que nuestro mensaje pueda no ser malentendido.

Mientras escribía estos párrafos, pensaba que quizás haya quien tenga estas personalidades exacerbadas y esté leyendo esto. Dicho sea de paso, quizás yo sea preso de alguna de estas actitudes que enumero y todavía no me haya dado cuenta. En todo caso, esto les servirá para meditar acerca de qué es conveniente para la vida de uno. Puede hacerlo pensar. O bien puede comentarme alguna palabra de agrado pero luego denostarme en su cabeza. Porque sale gratis y es más fácil. Es más, sale tan gratis como un test de personalidad.

sábado, 29 de junio de 2013

Soy day



Tengo algo que decirte pero no sé si te va a gustar. Soy day. Sí, finalmente lo asumí. Lógico, costó mucho pero... ¿Qué cómo me di cuenta que soy day? Bueno, déjame contarte que, si bien siempre lo supe, entré en razón hace poco. Estaba haciendo tiempo en una plaza, triste miraba a parejas sonreir, perros correr y viejos jugando al ajedrez. Pensaba que esos viejos podrían morirse en cualquer instante. ¿Cómo llegaron a esa edad? Claro, de la misma forma en la que llegué yo a la mía. Dejé de pensar en ello, y en cierto momento, encontré debajo del banco esta teoría. La teoría de los días, le dicen. Te preguntarás... “¿Qué es eso, comadreja?”. Bueno, significa que uno vive todos los días como si no fuera el último. Quizás algunos me digan “Comadreja, no sé si eso suena alegre o triste, pero yo también vivo así porque sino estaría llorándole a mis familiares todo el tiempo”. No, porque vos no te lo ponés a pensar. Vivis, y haces planes, y vivis, etc. Yo vivo todos mis días pensando que no será el último, pensando efectivamente que hoy no me voy a morir. Soy alguien que vive el hoy y sabe que hoy no le tocará morir. Y dicho así, suena hasta optimista, pero para quien nació con esta forma de vivir, no le es algo opcional.

Sé que hay muchos chicos days por ahí afuera, que no se animan a confesarlo. Pero quiero decirles que se siente muy bien decirlo. Armamos un grupo de Facebook hace poco con unos muchachos que conocí en un bar day y poco a poco vamos captando la atracción hasta de aquellos que no son days. Hugo, quizás el primer day de todos, se animó a convertir a Juan, un amigo de la primaria, en uno más de nosotros. Juan siempre pensaba que su muerte estaba cerca y cruzaba corriendo las avenidas con miedo a que el semáforo cambie de color en la mitad de su trayecto. Ya no más. Si bien sigue pensando en la muerte, al menos piensa que hoy no será el día en que se morirá. Nosotros, los days, quizás nos hagamos la cabeza pensando que existe la posibilidad de morirnos mañana, pero mañana, a fin de cuentas, termina contando como otro hoy entonces vivimos nuestra vida con felicidad, sabiendo que si nos viene a buscar la parca al día siguiente, dejaremos la vida en orden. Esto no significa que seamos tontos optimistas o que no nos deprimamos. Sí, nos deprimimos y hasta a veces, confieso, estoy avergonzado de ser day. Porque por más que piense que hoy no es el día, no existe un día en el que no piense en la muerte.

Jamás había escrito de esto. Es bueno poder expresarlo. Dirás “Sí, dale, comadreja, ya sabía que eras day desde un principio, se notaba de acá hasta al Congo”. Si, puede ser. Pero bueno, hoy me pareció que era el día para decirlo. ¿Mañana? Mañana quien sabe donde estaré.

martes, 18 de junio de 2013

Recuerdo que sonreía.


No sé cómo era. Pero recuerdo que sonreía. Y era lindo. Las flores, el viento, la naturaleza, y toda esa mierda. No me acuerdo mucho, pero recuerdo que sonreía. Que sacaba la cabeza por la ventana del micro y mis labios se levantaban exponiendo a los dientes. Escuchaba música. Buena música. O esa que yo creía que era buena. Ahora no lo sé, no lo recuerdo. Pero me hacía sonreír. Y alguien me hablaba, otro me tocaba el hombro, alguno jugaba con mi poco pelo, pero mi espíritu permanecía intacto. No sentía el contacto, sólo roces como brisas que atinaban a hacerme cosquillas y a prolongar la sonrisa. De vez en cuando relajaba el cuello, lo flexionaba como podía y confiaba en que nada pasaría. Siempre alguien habría para sostenerme. Creo. No lo recuerdo bien. Pero recuerdo que sonreía. Sonreía porque miraba la autopista llena de gente apurada y yo no estaba apurado. Sonreía porque cerraba los ojos y podía chupar el aíre sin que me duela el estómago. Sonreía porque, a pesar de tener mis ataduras, era libre. Sí, a veces quienes están atados también son libres. 
Hoy libertad es una calle, y mis cuerdas son demasiadas como para soltarme y repetir el momento sin estar pensando en nada. Los tiempos son otros. A uno le crece la barba, tiene pelos en lugares que piensa que jamás tendría e insulta al que insulta como uno. Entonces es difícil que la sonrisa se vuelva a poner de moda. Pero lamentablemente, eso no es lo triste. Lo triste es que recuerdo que sonreía. Pero sólo eso. Una sonrisa que era una más entre tantas otras que hoy no recuerdo. Al menos mi memoria no está muerta, y de vez en cuando sonríe, y me permite recordar, que alguna vez, yo pasé por eso.

miércoles, 5 de junio de 2013

Catarsis




Catalina escribe. Escribe sin parar. Las palabras que aparecen en su inconsciente y las cuales son vomitadas por sus manos, en el colorido documento que tiene abierto, se ven subrayadas por un rojo incómodo. Ella continúa escribiendo. No hay puntos, no hay acentos, no hay mayúsculas. Años y años de literatura para que quede a un costado tan burdamente. Nadie la acompaña en la habitación. Es ella y el teclado. Es ella y sus pensamientos. Es ella que, violenta como un sismo, escupe su vida escondida en oraciones mal escritas. Lleva treinta minutos exactos sin dejar de escribir. Cada vez más lento. Notó hace minutos que los dedos también se habían vestido en un rojo incómodo pero no la detuvo. Suena el teléfono pero lo ignora ni siquiera dedicándole una mirada al mismo. Atiende el contestador.

“¿Cata, estás ahí? Estoy preocupado. Atendeme, por favor. No seas boluda.”. 

Ella sigue escribiendo. No se nota un mínimo cambio en ese rostro que se muestra quejoso desde hace ya algunas horas. Lleva escritas 30 páginas y no parece querer detenerse. Estornuda y sigue. Tiene las manos algo salpicadas, las observa ahora pero no hace nada para limpiarlas. Y escucha el ruido de alguien abrir la puerta de su casa. Escucha a alguien entrando. Alguien entra a su habitación y le toca los hombros. Sin dirigirle una palabra, la besa en la mejilla y le pregunta qué está haciendo. Ella se detiene. Le contesta “Catarsis”, la mira a los ojos y llora. Llora mucho. La hermana la acuesta en la cama de la habitación de al lado, le apaga la luz para que duerma y se dedica a leer lo escrito por Catalina. Se encuentra con una secta de sin sentidos llenos de palabras agresivas e insultos. La hermana esboza “Otra vez lo mismo” y cierra la laptop.

Cata tiene frío. Se tapa hasta el cuello y se queda observando la luna por la ventana con ojos de niña y aires esperanzadores. Como pidiéndole deseos, de esos que jamás se le cumplieron en las incontables veces que miró tiernamente el satélite blanco.

viernes, 31 de mayo de 2013

El aviso que no avisa




Un hombre bien vestido asoma la cabeza. El trabajador que se encuentra sentado en la silla frente a su escritorio le hace señas de que pase. El hombre bien vestido entra y cierra la puerta. Con la otra mano está sujetando un clasificado. Está interesado por un trabajo.

                                                                          INTERESADO:
¿Vengo por el aviso?
                                                                          TRABAJADOR:
¿Qué aviso?
                                                                          INTERESADO:
El aviso del diario, que decía “Busco persona que entre a oficina diciendo “vengo por el aviso”
                                                                          TRABAJADOR:
Aah, está bien, está bien.
                                                                          INTERESADO:
Y bueno, ¿tengo el trabajo?
                                                                          TRABAJADOR:
¿Qué trabajo?
                                                                          INTERESADO:
El trabajo, del aviso.
                                                                          TRABAJADOR:
Aaah está bien. Está bien. Nah.
                                                                          INTERESADO:
¿Qué? ¿Pero porqué no? No entiendo, dije lo que tenia que decir
                                                                         
              TRABAJADOR:
Sí, pero verá, usted dijo Vengo por el aviso? O sea, formuló una pregunta cuando en realidad debería haber manifestado una afirmación.
                                                                          INTERESADO:
Me está cargando!! Me vine desde Castelar hasta Nuñez pensando todo el viaje que énfasis tenía que poner en la frase y me quedo afuera por un signo de pregunta. Dejame de joder.
                                                                          TRABAJADOR:
¿Le parece estar buscando trabajando y ser tan brusco?
               INTERESADO:
Ese es mi apellido.
               TRABAJADOR:
Está bien, eso carece de importancia en este momento. Teniendo en cuenta la mala actitud que usted predispone, debería pasar al siguiente hombre. Pero sin embargo, noto cierto carácter positivo, cierta insistencia que podría tornarse favorita a la hora de conseguir el empleo., y caso contrario, la nueva chance sería buena para que recapacite en cuánto a sus modales.
                                                                          INTERESADO:
Cómo no. Si, disculpe, fue un exabrupto. Me entiende. Estaré más cuidadoso. Tengo que abrir la puerta de alguna manera...?
                                                                          TRABAJADOR:
Si, girando la perilla.


El interesado sale de la oficina y vuelve a entrar.


                                                                          INTERESADO:
Buenas tardes. Vengo por el aviso.
                                                                          TRABAJADOR:
¿Qué aviso?
                                                                          INTERESADO:
El aviso. El aviso del diario, que decía “Busco persona que entre a oficina diciendo “Vengo por el aviso“.
                                                                          TRABAJADOR:
Aah, está bien, está bien.
                                                                          INTERESADO:
Y bueno, ¿Tengo el trabajo?
                                                                          TRABAJADOR:
¿Qué trabajo?
               INTERESADO:
¡Pero usted me está delirando! El trabajo, el trabajo del aviso
                                                                          TRABAJADOR:
Aah está bien está bien. Nah, nah.
                                                                          INTERESADO:
¿Qué? ¿Pero porque no?? Dije NUEVAMENTE lo que tenía que decir.
                                                                          TRABAJADOR:
No, porque usted dijo “Buenas tardes” primero, y nadie le mencionó que tenía que agregarle dos palabras previas a lo que tenía que decir.
                                                                          INTERESADO:
A ver, a ver. Me dijo que tenía malos modales, ¿no? ¿Qué tiene de malo entrar y decir “Buenas tardes vengo por el aviso”? Aparte por lo que me dijo, presiento que el trabajo trata sobre modales.
                                                                          TRABAJADOR:
Asumir es tarea de perdedores. Y usted asumió algo y ahora es un perdedor. Y aunque no le guste, ahora usted debe asumir que es un perdedor.
                                                                          INTERESADO:
No, no, porque en el aviso decía que diga “Vengo por el aviso”, y yo a esas palabras las dije.
                                                                         
              TRABAJADOR:
Bueh, bueh. Vamos de vuelta por última vez.


El hombre interesado sale y vuelve a entrar a la oficina.


                                                                          INTERESADO:
Vengo por el aviso.
                                                                          TRABAJADOR:
Perfecto. Tiene el trabajo.
                                                                          INTERESADO:
Vamos, vamos. Bien, bien. ¿Que tengo que hacer?
              TRABAJADOR:
Espere que me paro. Venga para acá. Siéntese en esta sillita de la cuál yo no me separaba hace 20 años., y la próxima persona que venga y le diga correctamente “Vengo por el aviso”, mándelo a la re puta que lo parió., y espere que venga un pelotudo que se equivoque tres veces en mencionar la frase y ahí dele el asiento. El cheque lo estará esperando abajo. Que tenga buenas tardes.