martes, 18 de junio de 2013

Recuerdo que sonreía.


No sé cómo era. Pero recuerdo que sonreía. Y era lindo. Las flores, el viento, la naturaleza, y toda esa mierda. No me acuerdo mucho, pero recuerdo que sonreía. Que sacaba la cabeza por la ventana del micro y mis labios se levantaban exponiendo a los dientes. Escuchaba música. Buena música. O esa que yo creía que era buena. Ahora no lo sé, no lo recuerdo. Pero me hacía sonreír. Y alguien me hablaba, otro me tocaba el hombro, alguno jugaba con mi poco pelo, pero mi espíritu permanecía intacto. No sentía el contacto, sólo roces como brisas que atinaban a hacerme cosquillas y a prolongar la sonrisa. De vez en cuando relajaba el cuello, lo flexionaba como podía y confiaba en que nada pasaría. Siempre alguien habría para sostenerme. Creo. No lo recuerdo bien. Pero recuerdo que sonreía. Sonreía porque miraba la autopista llena de gente apurada y yo no estaba apurado. Sonreía porque cerraba los ojos y podía chupar el aíre sin que me duela el estómago. Sonreía porque, a pesar de tener mis ataduras, era libre. Sí, a veces quienes están atados también son libres. 
Hoy libertad es una calle, y mis cuerdas son demasiadas como para soltarme y repetir el momento sin estar pensando en nada. Los tiempos son otros. A uno le crece la barba, tiene pelos en lugares que piensa que jamás tendría e insulta al que insulta como uno. Entonces es difícil que la sonrisa se vuelva a poner de moda. Pero lamentablemente, eso no es lo triste. Lo triste es que recuerdo que sonreía. Pero sólo eso. Una sonrisa que era una más entre tantas otras que hoy no recuerdo. Al menos mi memoria no está muerta, y de vez en cuando sonríe, y me permite recordar, que alguna vez, yo pasé por eso.

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