viernes, 9 de enero de 2009

LA DAMA DORADA


El reflejo de la dama, dorada como pocas, resplandeció sobre el tenue salón, evidenciando la risa ignorante y burlona manifestada por el bufón de turno.
En los ojos de la traición, el claro y estrepitoso llanto de esta trasformó su invitación a la dichosa fiesta en una duda más que se formulaba en el cerebro del buitre, encontrándose a la vez con el más fiel y engañoso de los miedos: la persona.

Su agotamiento, digno de un señor pensador, era demostrado a la vez como los actos del mismo. Más allá de su despreciable y reprochable carácter, y su lerdo encuentro con el sentimiento, no se cuestionaba su emprendimiento y clase en la materia. Imposible es simplificar los hechos producidos por el mismo, teniendo en cuenta su vigente enfermedad, muy meticulosa y molesta por cierto, la cuál anestesiaba sus características durante varios minutos disfrutados por aquel que tuviera algún conocimiento de su persona y de su irregularidad en el estado de ánimo.

El rumbo se había desvanecido hace rato, y estos personajes excéntricos estaban de acuerdo con la aclaración recientemente realizada, pero al recordar el original pasado transcurrido, Angélica no lograba evitar mostrar sus radiantes ojos vidriosos, su enorme pena y su fiel remordimiento sobre aquella situación.
Partieron hacía la mansión de la majestuosa Elizabeth, señora de incontables años con un poderío inmenso sobre la sociedad en la que coexistía. Un placer incondicional era desvanecerse en sus sillones de terciopelo azul, allí nadabas de la extrema comodidad que estos te brindaban. Este resultado fue el que no tardó de percibir Angélica, quien excitada ya se encontraba al sólo rozar su cuerpo contra la suave pertenencia de la duquesa.

Se extasió. Su amor feo de lujo, las despreciables habilidades del carnicero cancerigeno sólo formulaban encontronazos en los pensamientos de ella. Irónico es que lo haya percibido con un toque de sillón encantado.

¡Nunca más! - Le manifestó la dama a su ya no amado señor, expresándole su disconformidad con los presuntos abusos grotescos de alguien que se desempeña aprobadamente en la violencia y ningún cuerpo se opuso alguna vez, miedo a su fuerza y habilidad prohibida quizás. Se retiró del sitio y cerró la puerta violentamente y con pudor, de la misma forma en que ella había sido violada.

Fak23