miércoles, 30 de enero de 2013

Competencias y otros complejos sociales



"A mí el grupo me gusta más que a vos. ¿No ves que tengo una remera con ellos cuatro rockeándola?"
"Yo soy más hincha que vos. ¿No ves que voy a la cancha todos los domingos mientras vos te quedas en tu casa mirándolo por la TV pública?"
"Pará, pará... ¿Vos te pensás que sabés más que yo cuando ni terminaste el secundario?"

Podría seguir pero confío en que están claros los ejemplos. Competir se ha vuelto, entre los fanáticos, una obligación. Pareciese ser una cuestión de intelectualidad cuando irónicamente resulta lo contrario. Quién emite estas frases acompañadas de ese mismo pensamiento está siendo lisa y llanamente un constructor de la violencia. Está incitando a un debate sin apertura mental, está queriendo jugar a un multiple choice sin dar opciones. Cuando nota del otro costado una argumentación fundamentada, se regocija en la repetición de sus propias palabras buscando una autoridad inexistente. A fin de cuentas, sólo cree lo que quiere creer no permitiendo que nadie pueda vulnerar su hipotética ideología. Esa búsqueda de personalidad sólo denota miedo. Miedo a que lo que uno cree pueda no ser cierto. Miedo a que lo que a uno no le gusta pueda en realidad ser de su agrado. Miedo a que lo que el otro piense pueda ser racional. Entonces mejor es cerrarse y seguir afianzando esa superioridad fantasmal creada por la sobreexplotación de autoestima.

Alguien dijo que no hay nada mejor que estar seguro. Yo le preguntaría a ese hombre si está seguro de eso. No hay peor ser que quien evita cuestionarse. La duda debería estar siempre, en menores o máximas cantidades, pero siempre en fín, porque es la cual nos invita a pensar una y otra vez qué es lo que estamos haciendo, qué caminos estamos seguiendo, en dónde estamos parados. Con ella viene la ratificación de nuestros actos o el arrepentimiento de los mismos. Por supuesto que la duda constante puede generar neurosis, paranoia y una serie de indecisiones que pueden perjudicarnos, pero confiar en el mito de una verdad absoluta es invitar a la mentira a tomar un trago.

Crecemos pensando que el mejor es el que gana, como si la vida fuese un juego. Inventamos rivales en el transcurso. Enemigos, les decimos. Los vemos y los despreciamos porque compite un puesto laboral con nosotros. O porque dijo algo que no nos agradó. O simplemente porque no nos gusta su cara. Y nos reímos cuando nos dicen que la están pasando mal. Y nos fijamos en qué andan nuestros ex compañeros de primaria para compararnos y definir si tenemos más que ellos, como si la economia momentanea fuese a perdurar por siempre. O como si tener más plata nos "diera" que somos mejores. Y todo esto lo tomamos con normalidad. Anormal consideramos a aquel que se viste de forma excéntrica o tiene gustos que denominamos raros, no a aquel que se fija en los espejos beneficiosos cómo luce y se sonríe mientras ve que quienes pasan detrás no son tan lindos como él.

A mis cercanos, a la gente que quiero, le suelo decir que ante cualquier situación que consideren importante, piensen las cosas tres veces. Si creen que deben hacer algo que pueda cambiar rotundamente la relación con un tercero, se obliguen a pensar en tres oportunidades si aquello que creen qué es correcto es así efectivamente. Porque, como he de mencionar en mi libro, estamos acostumbrados a pensar que la vida es corta y a actuar rápido, pero la vida es larga y las decisiones que tomamos a las apuradas podemos arrepentirnoslas el resto de nuestros días. 

Sólo eso.

miércoles, 16 de enero de 2013

Hola. Mi blog no está muerto.

Hola. Mi blog no está muerto. Sigue estando vivo. Redundancia. Hola. Soy redundante. Lerolero. Pistolero. Y otras boludeces que escribí para que la publicación tenga los caracteres suficientes para ser publicada. Sólo quería decirle que mi blog no ha muerto. Hola. Chau.