miércoles, 19 de diciembre de 2012

Breve charla entre amigos un día antes del supuesto fin del mundo.




- No lo puedo creer, estoy muy triste. Estoy convencido de que mañana es el fin del mundo.
- No va a ser así.
- ¿Y si lo es?
- Bueno, si lo es, mirale el lado positivo.
- ... ¿Y ese cuál es?

2 minutos de silencio. Se queda pensando.

- Que no vas a sufrir más.
- Entonces me pego un tiro ahora y me ahorro un día de sufrimiento.
- Bueno, pero no podrías ver un acto tan lindo como es la destrucción del... Ok, me fui al carajo en positivista, ¿no?
- Si. Sos un pelotudo. Me podría haber matado en este momento por tu culpa. ¿Qué hubiera tenido de positivo eso?
- Que...
- No me contestes.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Cambiate que salimos.


Fantaseo con la idea de no ser yo. Pero en realidad no podría no ser yo. ¿Quién sería? Podría cambiar de vida, pero no de alma, si es que eso existe. 
Mis pensamientos serían los mismos, aunque ahora que lo pienso bien, hace tres días pensaba que los colectiveros eran buenos laburantes, y hoy viajé en el 126  y el chofer me pareció un pelotudo, por lo que cambié mi pensamiento al respecto. Se dispuso a hablar durante mediahora por teléfono con una tal Margarita, que asumo que es su mujer. Hablaron de la carne que iban a comprar para el domingo que venían los padres de ella desde Glew, y le dijo “cuchi-cuchi” en siete oportunidades. Con el viejo pelón de la izquierda nos mirábamos atónitos por la irresponsable manera en que manejaba su manejar. Hacía zigzag entre los autos y pasaba los semáforos como si fueran conos. Luego de cortar el llamado, frenó en una luz roja y un colectivero de otra línea y pasado de líneas le tiró un chiste: “Che, vas más rápido que Toretto, chabón”. “¿Quién es Toretto?” respondió y preguntó el futuro promotor de Speed. “Toretto, el de Rápido y Furioso”, y comenzó a reírse a lo castor. De hecho, en la siguiente luz roja, continuaba riéndose.

Entonces, si mis pensamientos pueden cambiar, ¿Por qué no podría ser otra persona? A su vez, si cambiara todo mi pensar, ya no sería yo. Cambiar de cuerpo es otra cosa. Sería una linda experiencia. De repente ingreso en una jovencita de 18 años que tiene posters de referentes pop en su habitación verde agua. Vive en Palermo, sus padres están llenos de guita pero actúa como si fuera de clase media. No invita a sus amigas a la casa los domingos porque le avergüenza su padre gritando los goles de San Lorenzo a más no poder y puteando al aíre mientras llena la mesa de la cocina de escupitajos. Y ahí estoy yo ahora. ¿Qué hago? Descubro mi nuevo cuerpo. Me siento raro. Me tiro a dormir y siento nostalgia por mi zona genital. Entra a la habitación mi mamá, una tal Margarita, y me dice “Vienen los abuelos a comer hoy. ¿Los vas a esperar a la parada? Tuvieron un largo viaje desde Glew”. 

No me voy a oponer a mi reciente madre. Como desconozco de qué colectivo vienen y me da vergüenza preguntarle a Laura (no sé si mi mama se llama Laura, pero tiene cara de una Laura), los espero en la esquina. Que se caguen. Veo a cincuenta metros a una pareja de ancianos gritando “Diamante, Diamante…” Y ahí descubro mi nombre. ¿Quién puede ser tan grasa de ponerle ese nombre a su hija hoy en día? Sólo un colectivero. Acompañé a mis abuelos hasta la puerta de casa. Mientras, les hablé sobre cuán ídolo me parecía Benedicto XVI, sólo para joderles un poco la cabeza. Entramos y me encontré a mi papá cortando tomates de forma delicada. Me sentí una hija de puto. Sin embargo, él derrochaba una desagradable masculinidad por doquier. En la mesa se contó un chiste: “¿Vieron que cociné como Toretto?”. Estuve a punto de decirle que me parecía un pelotudo, pero una señorita no puede decir esas palabrotas.

A fin de cuentas, mi espíritu permaneció en ese cuerpo. Y mi pensar no se modificó más de la cuenta. Sin embargo, sería importante seguir siendo quién soy pero contradecir mi estado actual. “¿De que mierda hablás? No se te entiende un carajo?”. Esperá, ahí te explico. Y no putees tanto, por favor, menos si sos una señorita. Decía seguir siendo quien soy pero quedarme en quiebra, modificar mis gustos y tener amigos diferentes a los que tengo. ¿Qué sería de mi vida allí? ¿Aún quedaría mi espíritu o sería raptado por el empuje de la clase? ¿Seguiría pensando que cada cual tiene lo suyo mientras escarbo en la basura frente a un Mc Donalds? 
Termino llegando a una conclusión momentánea: La clase media se victimiza como si fuera baja pero sólo quiere ser clase alta. Considera éxito lograr llegar a ese propósito y no sólo tener una familia. La clase alta desprecia a la clase media, la considera involutiva, le toca la cabeza al que tiene menos plata o no es dueño de algo y le dibuja una falsa sonrisa con la que le dice “Vos dependés de mí”. La clase baja ahora sería yo. Y tendría muchas ganas de robarle a estos pelotudos. Pero no podría hacerlo porque yo no pienso así. A menos que no piense como pienso yo…