Laura caminó por la cornisa pensando en esos mensajes
subliminales que no se detenían en aparecer en la pantalla de su mente cuando
cerraba los ojos. De un lado hacia el otro, abandonó su pulsera sobre el "suelo" del techo del edificio deseando que la encontrara luego alguien que pueda
utilizarla y delirar con lo sucedido. Tenía un vaso de agua en la mano, ingirió
un cuarto y sintió ganas de vomitar, aunque eso no provenía de la desenvoltura del
líquido en el estómago sino de los motivos que la llevaban a erguirse a más de
treinta metros del pavimento que en un futuro conocería cada extremidad de su
cuerpo de la forma más completa posible.
No sucedía como había imaginado en un comienzo. No se
encontraba rodeada de cámaras de algún canal de noticias siquiera barrial, ni tenía
vecinos en el edificio de al lado gritando con pavor por la detención de la
acción, ni mucho menos adolescentes con celulares tratando de captar un momento
fotográfico inolvidable asumiendo una completa morbosidad ante el suicidio en live.
La carta que ella había arrojado por la puerta de la
habitación de su madre probablemente sería leída dentro de un par de días
cuando ella se dignara a levantarse del sillón o necesitara ayuda para ir al
baño. No le producía pena sino alivio dejar un mundo que a su parecer estaba
tan vacío.
Metió la mano en el bolsillo y retiró un chicle. Podía darse
el lujo de deglutir el último de su vida y de ser artífice de los globos más
triste nunca antes vistos. Las lágrimas se mezclaban con las gotas que
comenzaban a caer del cielo. Nadie había pronosticado lluvia, sin embargo. Y
ahí tuvo una actitud de olvido: Se encapuchó. Como si le importara no mojarse
la cabeza, como si fuese a cambiar algo o como si se estuviese preparando para
ir a dar una vuelta al parque. Llevaba consigo también su música. Se puso los
auriculares y caminó de izquierda a derecha gambeteando piedras al ritmo de lo
que sonaba en sus oídos. De repente paró, y mirando hacía la enorme fábrica de
enfrente, un hombre de gafas la había visto. La estaba viendo. Y ella lo
observaba hacer mímica, gritar en mudo, mover las manos con señas que marcaban
una urgencia que se amoldaba a la situación que intentaba entender. Laura viró
para un costado, e intentó acostarse, más allá de que ahora quedara medio
cuerpo fuera de la base. Era la única forma que tenía de ver el cielo en su
totalidad. Se quitó los auriculares, pero el viento y el agua le inventaron una
música para que resaltara magia entre ese entendimiento extraño que se había
planteado con el de arriba.
Finalmente se paró. Aquel hombre ya no se encontraba más en
la ventana. No importaba ya. Laura se arrojó y se estampó contra el techo de un
auto, atrayendo a cantidades de personas que circulaban por las calles. Fue la única forma que tuvo de llamar la atención.