jueves, 7 de junio de 2012

Carta de un tal Juan Pérez.




Buenas. Me llamo Juan Pérez y estoy podrido de que me usen asquerosamente de ejemplo cada vez que se olvidan un puto nombre y apellido. Estaría bueno que se piensen algún otro.  Que sean más creativos. "Marcos Díaz" es pegadizo, ¿no les parece? De hecho, yo conocí a un Marcos Díaz que era tremendo forro, y que me cagaba cuando jugábamos a la tapadita en el recreo. Sería genial que empiece a correr de boca en boca un sinfín de “Marcos Díaz” como si fuera algo normal. También aclaro que tampoco estoy de acuerdo con las cosas que suelen contar de mí. Dejen de hacerme cargo de sus problemas o de los inconvenientes de algún amigo. Jamás viví las situaciones en las que ustedes me convierten en protagonista. Y detesto las manzanas, no entiendo por qué en las escuelas primarias siempre me mencionan como un gran degustador de esa patética fruta que sólo te provoca ganas de defecar. Dicen que como de a cuatro, de a seis, y que hasta a veces me quedo con algunas. Pueden pasar por mi casa y comprobar que no es así.

No está bien lo que hacen. Afecta mi autoestima. No me permite vivir. Ayer caminaba por Corrientes y Callao, me pintó un café y entré a la confitería La Opera. Me pedí un cortado, unas medialunas de manteca y me puse a leer el diario que había encontrado a unos metros, cuando de repente, escucho que de la mesa que se encontraba detrás de mí, me hace mención un hombre con voz tosca. Me doy vuelta pensando que quizás sea un viejo amigo que me reconoció por la nuca, pero era un padre barbudo que le contaba a su hijo, el cuál acariciaba un gatito que se había filtrado por entre la muchedumbre, que se decía que un tal Juan Pérez podía hablar con los animales. Como se imaginaran, no quise que me crearan fama de loco, y se lo negué rotundamente. El chico se fue llorando, y el padre comenzó a insultarme, lo que suele ocurrir cuando uno dice la verdad, que todo sabemos que eso molesta a la gran mayoría. Me dijo que le solucionara los llantos a su hijo que estaba sentado desconsolado en el escalón, y le recomendé que le comprara Dr. Dolittle en el dvdclub ubicado en Rodríguez Peña. Me dio la mano como un caballero, pero sigo pensado que se la escupió antes de dármela.

Sólo dios es capaz de entenderme. Sólo él sabe lo que molesta que utilicen tu nombre en vano. Pero hasta acá hemos llegado. La próxima vez que escuche falsas anécdotas denunciaré a esa persona por difamación. Esto colmó mi paciencia. Nadie en el barrio me respeta, y me molesta que cada vez que me mencionan agreguen “un tal” previo, como si fuera un cualquiera. Lo peor es que siempre dicen que soy el responsable de las tareas, pero nunca veo mi nombre y apellido escrito en los trabajos prácticos que entregan.

Igual, bajando un poco los humos y haciendo autocrítica, debería dejar de quejarme un poco. Peor la ligó mi hermano Jaimito.

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