miércoles, 27 de junio de 2012

Laura no está.



Laura caminó por la cornisa pensando en esos mensajes subliminales que no se detenían en aparecer en la pantalla de su mente cuando cerraba los ojos. De un lado hacia el otro, abandonó su pulsera sobre el "suelo" del techo del edificio deseando que la encontrara luego alguien que pueda utilizarla y delirar con lo sucedido. Tenía un vaso de agua en la mano, ingirió un cuarto y sintió ganas de vomitar, aunque eso no provenía de la desenvoltura del líquido en el estómago sino de los motivos que la llevaban a erguirse a más de treinta metros del pavimento que en un futuro conocería cada extremidad de su cuerpo de la forma más completa posible.
No sucedía como había imaginado en un comienzo. No se encontraba rodeada de cámaras de algún canal de noticias siquiera barrial, ni tenía vecinos en el edificio de al lado gritando con pavor por la detención de la acción, ni mucho menos adolescentes con celulares tratando de captar un momento fotográfico inolvidable asumiendo una completa morbosidad ante el suicidio en live.
La carta que ella había arrojado por la puerta de la habitación de su madre probablemente sería leída dentro de un par de días cuando ella se dignara a levantarse del sillón o necesitara ayuda para ir al baño. No le producía pena sino alivio dejar un mundo que a su parecer estaba tan vacío.

Metió la mano en el bolsillo y retiró un chicle. Podía darse el lujo de deglutir el último de su vida y de ser artífice de los globos más triste nunca antes vistos. Las lágrimas se mezclaban con las gotas que comenzaban a caer del cielo. Nadie había pronosticado lluvia, sin embargo. Y ahí tuvo una actitud de olvido: Se encapuchó. Como si le importara no mojarse la cabeza, como si fuese a cambiar algo o como si se estuviese preparando para ir a dar una vuelta al parque. Llevaba consigo también su música. Se puso los auriculares y caminó de izquierda a derecha gambeteando piedras al ritmo de lo que sonaba en sus oídos. De repente paró, y mirando hacía la enorme fábrica de enfrente, un hombre de gafas la había visto. La estaba viendo. Y ella lo observaba hacer mímica, gritar en mudo, mover las manos con señas que marcaban una urgencia que se amoldaba a la situación que intentaba entender. Laura viró para un costado, e intentó acostarse, más allá de que ahora quedara medio cuerpo fuera de la base. Era la única forma que tenía de ver el cielo en su totalidad. Se quitó los auriculares, pero el viento y el agua le inventaron una música para que resaltara magia entre ese entendimiento extraño que se había planteado con el de arriba.

Finalmente se paró. Aquel hombre ya no se encontraba más en la ventana. No importaba ya. Laura se arrojó y se estampó contra el techo de un auto, atrayendo a cantidades de personas que circulaban por las calles. Fue la única forma que tuvo de llamar la atención.

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